15.3.18

Gabriel / Hawking

Desaparecidos
Hay tanta gente desaparecida que uno no sabe si los desaparecidos seremos nosotros y ellos, los que en apariencia no están, se preguntarán en dónde andamos. Tampoco sé qué criterio hay para que unos desaparecidos tengan más presencia que otros, el porqué de la relevancia de algunos o la invisiblidad de otros, quiénes son los que eligen a cuáles visibilizar, que es una palabra de moda y nos viene de perlas para continuar este relato intrigado de las cosas. Se echa uno a temblar pensando en todas las familias que están incompletas porque una parte, pongamos un hijo o un hermano o un marido, no cenan por las noches ni dicen buenos días por la mañana. Si es terrible saber que han fallecido, debe ser insoportable no saberlo, no tener todas las cartas de la perversa baraja que nos tocó. Es la incertidumbre lo que nos hunde. Podemos sobrevivir a las tragedias, pero no a la ignorancia. Es un robo que no tiene restitución posible. Se arrebata el pasado entero cuando perdemos la confianza en que florezca la verdad o cuando suceden los años y esa verdad no irrumpe, por dura que sea. Es la verdad la que nos consuela, con la que se nos faculta para afrontar los reveses que vayan cayendo. Porque caerán. No es que se apesadumbre uno o que tenga la visión rota o el pesimismo sea el que acude primero. Se nos educa para la felicidad, pero no siempre tenemos un prontuario fiable de recursos para encarar su ausencia.

Ciencia y fe
De la muerte del astrofísico Stephen Hawking se extrae una enseñanza que los medios se han dedicado a airear convenientemente: su humor, su valentía, su vigor para superar las dificultades. Hizo de su vida un triunfo, no flaqueó en demasía, aunque imagino que sufriera como cualquiera. Lo salvó la cultura, quiero pensar o la fe en la cultura, a falta de tener fe en Dios, al que no le tuvo nunca mucho aprecio. Dejó dicho que no era precisa su injerencia en el plan cósmico. No tengo reparos a su reflexión. Sin que yo tenga el conocimiento, poseo la sensibilidad, la comparto con él, teníamos la misma consideración sobre los asuntos del espíritu, esa especie de metafísica doméstica que nos permite creer en la vida y nos ofrece las maneras mejores para afrontarla. Tampoco sé si en realidad Hawking fue más filósofo que científico. O teólogo. A todo a lo que se entregaba le imponía la liturgia de la moralidad, como si fuese extensión de la fe que no compartía, la desprendida de la religión que no había elegido. La ciencia es un compartimento abierto: igual los números comunican con el alma. Ahí irán los dos, la materia y el espíritu, hablando el mismo lenguaje, pero expresado de una manera diferente, con un idioma diferente también. A los problemas del hombre les da respuesta el espíritu: la ciencia lo que hace es proporcionarnos una vida mejor. Nos facilita el manejo de la realidad, nos cura de las enfermedades, nos invita a que adquiramos una disciplina. Eso es la ciencia, disciplina. Lo otro, la religión, la fe, las cosas etéreas, es creatividad pura. Cuando somos creativos, vivimos más alegremente, pienso. No vale para nada la creatividad cuando se pierde un hijo, pobre pececito, no se me va de la cabeza; no hay manera de que ser creativo enmiende los errores de la realidad, las puñaladas que nos va dando, pero no encuentro paliativo más hermoso. Al final lo que importa es que por la noche conciliemos el sueño sin que nada nos perturbe. No me parece que exista goce más rotundo que ese.


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