22.12.17

Woody Allen ha salvado mi vida muchas veces



Dice Woody Allen hoy en El País que sus defectos no son trágicos, sino patéticos, a lo sumo. La tragedia es una cosa muy seria, exige una trama bien trabajada, donde no falte ninguna circunstancia dolorosa y en la que los actores vayan de cabeza a un desenlace funesto. Tenemos a los griegos contándonos el alma humana como nadie lo ha hecho después, excepción hecha de Shakespeare tal vez. Dice otras cosas el bueno de Woody: que el humor le salvó la vida o que no le importa en absoluto qué piensen de él o de su obra. En lo que a mí respecta, en muchas ocasiones, Woody Allen salvó la mía. No me rescató de un río con aguas turbulentas que me arrastrara hacia una cascada, ni me operó con urgencia cuando la muerte me invitaba a seguirla, ninguna de esas cosas hizo. Fue el suyo un salvamento espiritual o moral o estético incluso. No únicamente Woody. Sería interminable la lista de gente que no conozco personalmente, con la que no he compartido un café o un abrazo o una conversación íntima, y que me ha salvado del tedio, al menos del tedio. De no ser  por el cine o por la música o por los libros, un servidor sería un hombre feliz, sí, por supuesto, mucho tal vez, pero lo es más completamente con la festiva injerencia de gente como Woody Allen o Jorge Luis Borges o Charlie Parker o Alfred Hitchcock.

Hubo un tiempo en que todas las películas de Woody Allen me reconciliaban con el mundo. Venían a ser un bálsamo, un reconstituyente o un tonificante o esas tres cosas juntamente, actuando en la raíz del problema (el que tuviese en ese momento, algunos ha habido) y reduciéndolo o extirpándolo de cuajo. También me hizo ver lo escasamente importante que es tener en alta consideración la consideración ajena. Ande yo caliente, más a lo campechano, vino a decir otra luminaria nuestra. Eso se entrevé en sus personajes: están tan aterrorizados por el qué dirán o por la impresión que causan a los demás que terminan haciendo mofa de esa preocupación, viviendo a su antojadizo capricho, sintiendo que esa vida que no les funcionaba del todo no tenía recambio, ni era propiedad enteramente suya, sino un préstamo, un obsequio del azar, un divertimento al que había que extraer el máximo placer posible. Eso lo he aprendido yo en el cine de Woody Allen. Da igual que algunas películas suyas no respondan fielmente a esta voluntad nihilista o epicúrea o cómica simplemente que yo aprecio en ellas, da igual que algunas de las últimas no hayan estado a la altura. Basta con las clásicas, con todas las que me hicieron sentir en paz conmigo y con mi existencia. Eso lo debe a Woody Allen en parte. Por eso entiendo que haya escogido el patetismo al dramatismo, puestos a elegir uno. Patéticos somos todos; trágicos no o no, al menos, continuamente. Yo también soy patético o lamentable o ridículo, he aquí perfiles a los que acudir. Todos somos patéticos o lamentales o ridículos en algún momento o en muchos o de un modo más continuado, en casos más extremos. Trágicos no tanto, que para ser trágicos, en los defectos o en los vicios, hace falta haber leído mucho a los griegos o a Shakespeare. Sí, Woody Allen ha salvado mi vida muchas veces, la ha rescatado del aburrimiento y de la liviandad, de la mediocridad y del desencanto.

2 comentarios:

Ramón Besonías dijo...

Patético es un concepto profano, más benévolo con la condición humana. Revela nuestra perdonable fragilidad. Nos iguala. Trágico, sin embargo, es un término literario, obtuso, metafísico. No habla del ser humano real, solo de la especie, de un colectivo intangible. Tiene razón #WoddyAllen, somos adorablemente patéticos. ¿Y qué?

José Luis Martínez Clares dijo...

Te suscribo completamente. Un abrazo.

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