11.9.17

Día primero de escuela

Contra la voluntad de perdurar está la de no contener deseo alguno de que nada dure más de lo preciso. He encontrado gente que anhela pasar desapercibida y otros que, a poco que se les incita, hacen valer su firme convicción de que han venido a este mundo para hacerse oír y dejar huella. Gente rotunda cuando manifiesta su voluntad de que se le escuche en todo momento o de producir en los demás cierto tipo de admiración. Gente que cree con vehemencia que han venido a este mundo a dejar huella y se obstina en no desaprovechar ninguna circunstancia que haga medrar ese propósito íntimo e irrenunciable. También la otra, la que hace las cosas sin que se detecte el orgullo que les produce hacerlas e incluso hacerlas muy bien y advertir que los demás lo saben. Imagino que todos enseñan algo. De ésos tengo algunos cerca, por fortuna. Se aprende a diario, se enseña a diario. No sabemos a quiénes les damos algo o los que nos lo dan. A veces, si concurre el azar más propicio o está uno alerta o sensible, percibe que está aprendiendo o que está enseñando. Hay días en los que no se produce ni una ni otra cosa, días que transitan con pereza, como empujados por un viento gris y deshilachado. Los otros son los que importan, los que hacen que cuadre todo. Se trata, al final, de que todo cuadre, es posible. Esa sencilla cosa, una especie de ensamblaje. Uno perdura cuando enseña. No hace falta tener esa certidumbre constantemente en la cabeza. Basta con ejercer el oficio, con disfrutarlo, con poseer la voluntad de enseñar, sí, pero la de aprender también. Se aprende todos los días. No hay ninguno en que algo no te pula, no te forme, no te haga mejor persona. Quizá, en el fondo, baste finalmente con eso: con hacernos mejores personas. Ese es el verdadero trabajo, el más difícil de acometer, el que más obstáculos interpone, también el más gozoso cuando se franquea. Hoy empieza el colegio, se abren las clases. Toca enseñar y aprender. Se espera también, aunque no hay confirmación fiable, ni esperanza certera, que no se nos importune mucho desde arriba, que los que piensan y deciden cómo funciona este asunto estén en lo suyo, en lo nuestro, en permitir que hagamos nuestro trabajo lo mejor posible. No faltará entusiasmo, no tendremos pereza. A ver si de una vez por todas se entiende en esta sociedad nuestra que el futuro empieza hoy, empieza en la escuela y está, en gran medida, en nuestras manos. Que les vaya bien el día. 

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Pensar la fe