9.6.17

En memoria de Ignacio Echeverría



No sé si héroe u otra cosa, pero seguro que Ignacio Echevarría luchó por todos nosotros, por todos los que no éramos íntimos suyos ni le tratábamos siquiera. Hizo lo que probablemente muy poca gente haría, hizo que el mal no pudiese envalentonarse, lo afrontó, le plantó cara, aunque le salió mal. En realidad fue a nosotros a quienes nos salió mal, somos nosotros los que perdimos, aunque en las noticias hablen del chico que practicaba skate, iba a misa y se abría futuro en la City de Londres. No hay ya futuro que abrirse: se lo cercenaron, lo censuraron, alguien pensó que no podría ir más allá de ese día, alguien tuvo la idea de adquirir la propiedad de su vida y de deshacerse más tarde de ella al modo en que nos deshacemos de los objetos que ya no nos sirven o incluso de los que, sin haberlos usado, no nos interesan, no tienen atractivo alguno para nosotros. El modo en que estos bárbaros piensan en la vida ajena es impensable. La manera en que actúan. Esa voluntad que exhiben en la que el daño ha de ser máximo y todos los demás son enemigos.

Hace mucho que no me pongo a pensar en serio en estas cosas. Deja uno de hacerlo porque no va a ningún sitio, no avanza, no encuentra soluciones que exponer y que puedan ser útiles para los otros. Soy quien se lamenta, no soy otra cosa. Soy el tipo de persona que no coge su skate y se abalanza contra los que de pronto se han convertido en enemigo, en invasores, en el mal absoluto puesto enfrente nuestra para que nuestra civilización se derrumbe. Supongo que eso es lo que andan buscando: una especie de demolición lenta de nuestro modo de vida. Es el suyo el que importa. Valen los discursos que esgrimen, no los nuestros. Lo malo (tal vez) es que sólo usamos discursos de este lado. No enarbolamos otro instrumento de disuasión que el discurso y las flores y las canciones que evidencian el dolor que nos han causado. Ellos se vienen arriba con todo eso de los discursos, de las flores y de las canciones. Cuánto más cantemos, más sentido hallarán a su desatino, con más ahínco acometerán el próximo atentado. El hecho mismo de cantar, de calzar la lírica dentro del caos, nos eleva en dignidad, nos hace más humanos, pero no contribuye a que el mal se desvanezca o a que el enemigo se arredre.

En cierto sentido la guerra que tenemos no tiene visos de que acabe. De ella duele que, aparte de duradera. sea invisible, no se la pueda hacer frente al modo en que se han acometido otras guerras en las que hemos entrado y de las que, ganando o perdiendo, hemos salido. La de ahora es una broma pesada que no tiene gracia ninguna y mina la moral y nos hace sentirnos frágiles y también desamparados. Lo que buscan es eso, el desamparo, la sensación de que estamos a su merced. No importa dónde estés ni la implicación que tengas en el conflicto. Eres un objetivo, puedes ser atropellado por una furgoneta, reventado por una bomba o destripado con un puñal largo. No se me ocurre nada más que decir. No tener nada que decir es una de las cosas con las que cuentan los terroristas. Ponen la televisión y ven que nuestra defensa contra sus actos es una manifestación o un concierto. No sirve la letra del Imagine. No es ése el inglés que practican, ni el que entienden. Les anima una vocación que no podemos llegar a comprender nunca y me temo que a nosotros nos anima otra que ellos tampoco están en disposición de entender.

El hecho que más subleva a cualquiera que tenga una brizna de sensibilidad o de humanidad o de justicia o de todo juntamente es la posibilidad de que alguien decida cobrarse la vida de otro, arrebatarle todo ese futuro, no permitirle que sus penurias o sus venturas avancen o mengüen, impedir que vuelva a pasear sus calles favoritas, bese a sus seres amados o cambie de coche cada cierto tiempo, todas esas cosas que hacemos todos, da igual que profesemos el cristianismo, el islamismo, el budismo o no tengamos filiación religiosa alguna. El escenario es global y no hay ejército. Escribo esto porque no sé qué escribir para honrar a Ignacio Echevarría, no tengo otro homenaje que ofrecerle. Tampoco éste valdrá para nada. Es un discurso, son flores, es una canción, cosas que nacen del corazón. Ellos no lo tienen, lo han demostrado ya hasta la saciedad. Estamos a su merced, pero la victoria está de nuestra parte. Parece el final de una de esas arengas que se pronuncian antes de que los soldados pisen el campo de batalla. Lo que no tienen los soldados de nuestro lado es el desafecto a la vida que tienen los otros. Esa es la parte en la que perdemos: ellos están dispuestos a darlo todo, pero de alguna manera Ignacio Echevarría lo dio todo, se sacrificó por un bien mayor, por una victoria, aunque sea moral y dure unos días hasta que su memoria se pierda y hablemos de otras cosas y cantemos más canciones. Y me sigue doliendo que alguien arrebate una vida, que decida que le pertenece, que la aparte del futuro y la arrumbe al pasado. Mi canto inocente y puro de hoy viernes es ése: el de desear que nadie mate a otro. No está mal levantarse de vez en cuando con esa inocencia, con esa pureza. Es posible que la sintiera Ignacio cuando arremetió con el skate en ristre y fue apuñalado. Somos inocentes, somos puros, somos épicos. Afortunadamente no todo está perdido.

1 comentario:

Sofia dijo...

Se me ha encogido el corazón con esta reflexión. Gracias por poner en palabras tan exactas lo que llevo ya pensando mucho tiempo, pero nunca me animé a escribir. No puedo añadir mucho más...
Si no te importa, comparto este enlace a tu blog a través de google plus.
Un saludo,
Sofía.

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