25.12.16

Berg en Mahler


Berg escribió Lulú sin pensar en Mahler, pero a mí me recuerda a su séptima. No recuerdo cuándo escuché Lulú. Tampoco cuándo la séptima. Uno va olvidando las cosas. Quizá porque no son relevantes. Hay quien administra con mimo los datos. Cuándo hizo esto, cuándo lo otro. Si en el año mil novecientos ochenta y siete tuvo su primera revelación mística o en el ochenta y nueve encontró en otro cuerpo el verdadero sentido del cosmos. Soy de los que piensan que el cosmos está en los lugares más insospechados. No está ahí afuera ni está en los libros de los que entienden. Está adentro, en el corazón, en el alma, en todos esos lugares a los que los poetas les dedican su empeño. Ya no sé si soy un poeta. Si lo he sido a tiempo parcial, mientras desgranaba unos versos, o se es poeta a tiempo completo y todo agita el lado sensible. De la poesía tengo la impresión de que nos visita a su antojo y no hay manera de que podamos convenir que aparezca a voluntad propia. Uno trata de ordenar todo esto y desbarra. Será desbarrar el estado natural del que escribe. Uno escribe y el lector, el eventual o el cómplice, encuentra los significados. Ahora mientras que el lector lee este texto, sube la mirada y me encuentra arriba del texto, cuando debería estar debajo o dentro. El poeta tiene su periferia y el lector, la suya. Me hago estas consideraciones sin que las suscite propósito alguno. No deseo saber. Me conformo con no dejar de hablar. Dijo alguien que escribir era una forma de que no te interrumpan cuando hablas. Algo así. Hay quien se preocupa cuando hablo mucho y quien lo hace cuando no lo hago. K. me dijo que es bueno no decirlo todo, dejar algo, no exponerse en demasía. Por otro lado, sigo sintiéndome bien expuesto. Me lo reprendía mi abuela. No llames la atención, me recomendaba. Tú deja a los demás, tú observa. Eran esas o eran otras las palabras. No valieron mucho o han valido en parte, según las circunstancias o la incontinencia sobrevenida. 

Ahora no me gusta Lulú. Hasta creo que en realidad no me gustó nunca. Me prestó un CD un amigo hace muchos años. Dijo que descansara de tanto jazz. De Mahler guardo querencia por ciertos pasajes, pero yo casi no tengo que ver con quién los escuchó entonces. Ya digo que voy olvidando las cosas. Unas más que otras. No somos quien nos precedió. No somos quien vendrá después. Es este presente impreciso el único asidero del que disponemos. Está el día haciendo que oscile su luz. Está la luz apartando las sombras. Luego viene la noche. La de ayer fue consoladora. Me venció el sueño muy tarde. Caí rendido como hacía tiempo que no sucedía. Como suele pasar, imaginé que el cansancio extremo me depararía sueños intensos, de los que no se apartan cuando abre la mañana. No ha sido así. No tengo nada que recordar, no hay ninguna imagen en mi memoria. A lo sumo un tren que se pierde en la distancia, pero no tengo la certeza de que esa escena la haya inventado mi deseo de que la noche no fuese en blanco. 

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