9.9.16

Mariposas, libros, vida



Nabokov buscaba mariposas cuando no escribía. No hay nada en su literatura que haga pensar en mariposas. Nada cuando las cazaba que filtrara la idea de que escribía. A veces pienso que los escritores, los buenos, los que se toman en serio el oficio, se escinden, ofrecen esa dualidad en la que uno va al supermercado o a los bares o al despacho y el otro, paciente, espera que se le saque y lo obliguen a escribir. No se parecen, no tienen la obligación de parecerse. Y cuando ambos se encuentran, si se produce esa especie de anomalía metalingüística o espiritual o esotérica, discuten. Días en que no se soportan. Como si uno sobrara. Pierde el escritor. La vida los succiona. Vivir y escribir en ocasiones hace daño. Hay que salir a cazar mariposas. Hay que encontrar con qué distraer esa enfermiza voluntad de escribir. La otra es la tirana. O lo son las dos.

1 comentario:

El Doctor dijo...

Decía Francisco Umbral que estaba podrido de literatura y lo argumentaba de esta manera: "Cuando uno va a ver el mar ya no ve el mar sino un libro". Creo que lo entiendo porque a mí me ocurre lo mismo. Si voy (forzosamente) a un picnic no veo a la gente, simplemente, pasándoselo bien, sino un relato de Raymond Carver. Si me levanto con resaca, más que sentir ese terrible dolor de cabeza me viene a la mente un cuento de Bukowski. Si me hallo en un atasco infernal no pienso que el motivo es debido a la superpoblación, sino que estoy en el autopista del sur de Cortázar. Si alguien me llama al móvil y pregunta por un tal Pepe y yo le digo que se ha equivocado y esa persona insiste en ello riéndose que le estoy gastando una broma, pienso en un cuento de Richard Matheson. Si voy a una casa de lenocinio y veo que las meretrices han dejado de ser acogedoras ya estoy pensando melancólicamente en la obra del marqués de Sade. Luego me despierta de mis ensoñaciones una bobalicona que está detrás de la barra para preguntarme qué quiero beber.Cuando paseo al azar por mi ciudad postindustrial y veo las fábricas abandonadas con aquellas puertas rotas y oscuras por donde sale un viento pestilente y amenazante ya estoy pensando en Lovecraft. Cuando me desprecian por no tener la última generación de móvil que lo hace, lo dice y lo piensa todo, ya estoy pensando en las viejas historias de ciencia ficción de mi querida colección pulp de dicho género. Cuando voy con mi mujer a cenar (cuando se puede) a un restaurante pijo me comporto como James Bond. A ella le gusta.

Abrazos, amigo mío.

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