26.3.15

Morir sin que tenga sentido

Al azar no se le pone nombre, no lo tiene: el azar es lo que sucede sin que nosotros lo administremos, todo cuanto maquina en contra nuestra sin que lo sepamos, lo que nos rebaja o hiere o anula sin que hagamos que la voluntad lo guíe. Uno puede entender que el azar (insisto) malogre una vida, incluso cercana, amada. Es el azar, al fin y al cabo, el azar venenoso, el azar perverso. Que una curva mal señalizada haga que el coche se escore fatalmente y se despeñe no nos violenta, no hay motivo, solo lamentamos la desgracia, pero encajamos el golpe, seguimos viviendo; de alguna manera sabemos sobrevivir, avanzar, aceptar la fatalidad. Lo que no cuadra, de ninguna manera podría, es que lo que nos rebaja o nos hiere o nos anula posea nombre y voluntad para actuar en contra nuestra. No quiero ni pensar en aviones que se estrellan porque los pilotos los accidentan a conciencia. No existe recodo de la conciencia en donde esa posibilidad cobre sitio y se acepte. Podemos considerar la del piloto al que no le responde la pericia o los mismos mandos, pero no el que resuelve matarse y arrastrar en su muerte la de los ciento y pico pasajeros a los que transporta. Por eso cuesta procesar todo lo que se nos cuenta desde que el avión de la filial de la Lufthansa cayera en los Alpes y cerrara ciento y pico vidas de cuajo. Cuesta entender que alguien pueda disponer de esas vidas y clausurarlas a su capricho, aunque la suya se pierda en ese acto maligno, impuro. El de ayer fue un acto maligno, impuro, por supuesto. El piloto alemán es un terrorista sin ideología, uno al que no le han lavado el cerebro, ni lo han adoctrinado en un campamento en el desierto, ni ha renegado de occidente, ni detesta a los que no son como él o a los que no aman lo que él ama o tienen el mismo acento cuando habla. El  que ayer precipitó el avión en la montaña es un suicida de la peor especie. Se desprende que hay suicidas heroicos, impregnados de gracia divina, gente sublime que decide retirarse para no molestar o para no sufrir más o no hacer sufrir más a nadie. De esos tendrían que estar llenos los campos solitarios en mitad de la noche. Van allí y se cuelgan de un árbol. Al amanecer, los descuelgan y ocupan un párrafo en una página de periódico o un recuerdo en los pocos que los trataron o les amaron. Suicidas brillantes, vistos con perspectiva: de los que deberían proceder en la soledad severa de su decisión y no llevarse a nadie en ese viaje: así son algunos de estos desquiciados, ajenos al bien y al mal, convertidos en dioses y en demonios, en bárbaros. No puede uno ponerse en el lugar de los afligidos, de todos los que quedaron aquí en tierra y vieron cómo los suyos volaron y no volvieron a verlos. No se puede entender esa pérdida; sobre todo si la acomete la locura de un fanático, con ideología o sin ella, con dios de su parte o sin dios alguno que le asista. Los muertos lo ignoran todo, no saben, no ven qué tragedia dejan atrás. Los muertos, en ocasiones, son los que ven cómo les arrebatan sus seres queridos. Mueren, mueren de un modo que no tiene nada que ver con la muerte, viven de un modo que no tiene nada que ver con la vida. No hay más palabras que poner, ningún gesto que hacer, todo es un desatino y nada escapa a su dominio. Ninguna caja negra que encuentren contará la verdad de lo que ha pasado, no hay verdad que contar, ni mentira que difundir. Morir, al fin y al cabo, sin que tenga sentido, pero ¿cuándo lo tiene?

4 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

Es una lástima que no se haya publicado en ningún diario de tirada nacional algo tan sumamente hermoso y reflexivo como lo que acabo de leer. Un abrazo

Joselu dijo...

Esta catástrofe nos reclama y nos desafía porque carece, en efecto, de cualquier sentido o explicación. No basta con exclamar que es absurda. Necesitamos explicarla, encontrar claves ocultas: enfermedades psiquiátricas, desengaños sentimentales, brotes psicóticos, ictus... Y si eso no es suficiente, acudimos a explicaciones más sofisticadas que he leído: que el copiloto está siendo desprestigiado sin poder defenderse, que en realidad fue el capitán quien encerró al copiloto, que fue un rayo láser quien en realidad derribó y llevó al avión a estrellarse, un rayo láser disparado por algúna nave de la OTAN que está haciendo maniobras por allí cerca. Todo menos aceptar lo evidente: que tal vez un joven, sin ningún motivo, llevara la aeronave a un final trágico. Cuando digo sin ningún motivo quiero decir que no explica una depresión este acto, ni un desengaño sentimental, ni una medicación. Hay millones de depresivos que pueblan el mundo. En Cataluña he leído que hay cuatrocientas mil personas que toman fármacos de este tipo. ¿Son suicidas asesinos en potencia? No. No basta eso. No, las claves se encuentran en los meandros de la mente humana donde existe lo maligno como propensión magnética. A veces me hs sorprendido con pensamientos terribles, tanto que no puedo ni siquiera escribir ni hacer públicos. No debo ser un hombre diferente a muchos. Pero tenemos diques que cercenan que se hagan realidad y además no piloto un avión a once mil mentros de altura. Hay un lado oscuro, inexplicable, ominoso. Los hindúes lo atribuyen a Kali, la diosa de la destrucción. Nosotros en cambio negamos esto y hablamos de patologías como si estas nos pudieran consolar de lo que carece de sentido o, si lo posee, es maligno. Pero esto al hombre del siglo XXI le resulta inaceptable. Es capaz de creer antes que ha sido un rayo láser que aceptar que a veces los seres humanos se ven arrastrados por el mal que anida en nuestra psique, por no decir en nuestra alma. Se publican infinidad de textos de autoayuda que dicen todos lo mismo pero no miramos al otro lado: es para nosotros más una enfermedad como las piedras del riñón o el cáncer, algo que creemos que tiene interpretación. Pero cuando es evidente que no la tiene ... entonces ¿qué?

Isabel Huete dijo...

Muy hermoso tu relato, Emilio, y lleno de sentido común y sensibilidad, lo que pasa es que hechos como éste no distan mucho de esos que conocemos un día sí y otro también de hombres que matan a sus mujeres, a veces junto a sus hijos o hijas, y luego se suicidan. Cierto es que no matan a 150 personas a la vez, lo cual produce un impacto mayor, pero es un goteo constante sin que la razón pueda explicar con mediana claridad los motivos que les llevan a cometer semejante atrocidad, y sin embargo pocos se paran a hablar de ello como un acto de terror o, como tú dices "Cuesta entender que alguien pueda disponer de esas vidas y clausurarlas a su capricho, aunque la suya se pierda en ese acto maligno, impuro. El de ayer fue un acto maligno, impuro, por supuesto." Pues eso, que de actos malignos e impuros está el mundo lleno. Hablemos más de ellos y no nos acostumbremos a ninguno.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Está publicado aquí, José Luis. Eso basta. Que lo lean algunos, que me libere, podemos decirlo así, yo.
Gracias.

Es imposible la seguridad absoluta. Ya está, Joselu. No es posible que el ser humano no decida lo que no se espera que decida. Estamos en manos de los demás y los demás en manos nuestras. Kali, quizá. No sé. Dios y el diablo juntamente. Los libros de Coelho, que igual queman algunos cables de dentro y luego no es posible limpiarlos y ponerlos otra vez a funcionar.

Pensé en todo eso que dices, en la violencia invisible, visible, invisible, según el caso, unánime, individual, de los salvajes que matan a diario y no se nota porque son muertes sencillas, que no se amplifican con montañas, ni con tsunamis y todo eso. Muy triste mi relato, isabel. No es hermoso, que no loes. Malos e impuros, eso somos. Un abrazo, un beso, a ver si no nos vemos en éstas otra vez.

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