29.5.14

Coltrane, Spade

Después de escribir casi a diario en este blog desde hace casi siete años, me arrimo más fieramente que nunca a la convicción de que puedo escribir sobre lo que se me antoja. En realidad, nunca ha dejado de ser así. Me siento libre a la hora de escoger sobre qué asunto explayarme. Porque básicamente lo que hago es eso: explayarme, tantear la posibilidad de que no cuente nada verdaderamente en serio y, en todo caso, merodee lo más enjundioso, sin caer en la obligación de estar al día y dar en la diana y hacer constar aquí, en esta especie de registro público, lo atinado que ando siempre y lo pertinente de lo que escojo para hacer una entrada. Esto mismo que ahora estoy escribiendo no deja de ser una cosa irrelevante. Digamos que escribo sobre la escritura en sí misma. Muy tangencialmente expresado, escribo sobre mí. Esto es una gran ventana al corazón del autor. Lo tengo grande. No sé si es generoso o si merece que se le preste una atención excesiva, pero es mío y lo traigo con frecuencia aquí, a que se le contemple y propicie que unos lo respeten (ya eso es bastante) y otros, en derecho más que legítimo, lo fustiguen. Al final siguen viniendo los mismos antiguos lectores. Vienen los amigos y cuatro casuales que están acostumbrándose a mis elucubraciones. No espero más y, en cierto modo, no sabría sobrellevar algo más. Lo que me fascina es que, sin saber cómo, a veces me dé por John Coltrane y otras, según gobierne el azar, venga Sam Spade quien venga a visitarme. 

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