22.4.11

Papetti





No hay portada de Fausto Papetti que no haya engolosinado mis años mozos, ésos en los que medio centenar de tentaciones revoloteaban el sentido común y anulaban toda posibilidad de que la inteligencia, caso de que alguna allí anduviera, tomara parte en el combate. Anulado por esa iconografía concupiscible, imaginaba que el futuro sería un solo largo de saxo con un ejército de violínes tutelando mi ingreso en el reino de lo carnal. Pensaba que la felicidad consistía en ver desfilar jacas de Ipanema tímidamente vestidas, dúctiles amazonas de mi delirio adolescente.
Ya se sabe: en esas edades, el pecado sucede siempre en las novelas de Clark Carrados  y en las películas de Mariano Ozores, pero de vez en cuando hay ocasiones en las que está tan a mano pecar que no se puede hacer otra cosa. Al menos en esos años. Algunos o muchos después, la realidad busca a Kafka y regala fiebres y migrañas y letras de coche y tal vez algún quebranto en lo político, pero cuando el azar te regala una portada de un disco de Fausto Papetti se renueva el caudal de afectos, la sensibilidad adormecida y desaparece de cuajo la angustia existencial, el peso formidable de la injusticia que te impide conciliar el júbilo familiar y eso tan vago que consiste en la armonía del cosmos. El cosmos está jodido: lo jode la barbarie canalla de los extremismos y la falta de luces de unos y de otros. El cosmos, aunque ahora Marte invite a pensar en cabalgadas siderales y en franquicias del Hilton exquisitamente diseñadas por marcianos, descarrila sin que ninguna brida firme lo frene en seco. 
A Fernando Pessoa, al que vuelvo siempre que puedo, se habría sentido identificado con este mejunje moral de facciones antagonistas que comparte, en el fondo, idéntica pasión por los mismos placeres: suficiente ancho de banda, protagonismo mediático, palomitas a las diez cuando el cine apaga las luces de la realidad y el proyectista acciona el play de los sueños. La película de estos tiempos no se parece en nada a una portada de Fausto Papetti. Tiende más a emular las gloriosas portadas de Yes en los setenta: aquellos mundos irracionales, de topología intoxicada de formas delirantes. Entre una y otra iconografía me quedo con las portadas del intrépìdo saxofonista italiano, que parece un clon de Jesús Gil. Cosa de la hípica del momento. 




Papetti, pertrechado de valor, ahondando en la cultura, se atrevió con la inmortal pieza de Vangelis para Blade Runner. La recuerdo en el 127 de mi tío en alguna de nuestras jornadas de gastronomía campestre subiendo a Los Villares. Recuerdo la melodía afrutada de Papetti y los goles en la SER. La memoria tiene en ocasiones estos caprichos. Pero la escucha, treinta años largos después, no resiste mucho. Sigue uno mirando con perplejidad las mozas ligeritas de ropa y no puedo evitar volar a las gasolineras de los setentas, ah gloriosas gasolineras de mi ingreso en la adolescencia, y todas esas cintas de cassette que azuzaban el ojo y pedían un jadeante cómprame, llévame contigo a un lugar secreto y cierra los ojos. Al paso que vamos, con estos tiempos de escrupulosa vigilancia del padre Estado, prohibirían semejante desparrame cárnico en los stands de los bares, en las estaciones. Alguna militancia feminista también terciará en la discusión legal. Espero que el banco de imágenes de Google no las borre. 

3 comentarios:

Ramón Besonías dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ramón Besonías dijo...

Gracias por traer a tu memoria adolescente a ese tal Papetti. No lo conocía ni había hablado de él hasta ahora. Pero las portadas de sus discos me recuerdan, como a ti, una infancia setentera plagada de buenos momentos, vistos hoy, a la luz injusta del presente, como fricadas veniales.

Gracias, amigo. Un día traeré a mi casa digital o a nuestra barra común algunas de mis delicatesen medio confesables.

Emilio Calvo de Mora dijo...

No ocupó demasiado tiempo, pero me persiguió durante alguno. Especialmente recuerdo las gasolineras. Estampa del franquismo recién fenecido. La fricada venial da un morbo bueno. A confesar tocan. En barra. Sin ella. Te dejo, Ramón. Acaba ya el trajín del sábado.

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