26.2.11

Platónida


Del Platón que me hicieron estudiar cuando no tenía interés en Platón recuerdo a veces lo que sostenía acerca del placer y el dolor y de cómo la vida se sustentaba en la búsqueda de uno y la aversión al otro. Lo dijo Platón, lo del placer y su anverso, pero podía haberlo dicho yo ayer, a pie de barra, platónico sin desmayo, emperrado en encontrar el sentido de las horas, lírico y etílico, iluminado por las virutas cósmicas de la alegría. Y estoy seguro de haberlo escuchado a gente sin la enjundia filosófica del griego. En ocasiones, contento uno de toxinas, cree que le habla Platón por algún invisible pinganillo. A veces nos sentimos asombrosamente lúcidos, portadores de una rara sabiduría que, en todos los casos, no sabemos verbalizar. La tenemos bien adentro, la sentimos limpia y alta, pero no existe forma de contarla. Es eso de que todos somos, en el fondo del alma, filósofos. Claro que al amigo Platón se le ocurrirían más hallazgos del discurrir humano que a mi amigo K., pongo por caso, pero las revelaciones místicas de K., barruntadas como digo a pie de barra, aliñado de licores, investido de un aura inefable de genio doméstico y total, me han enseñado mucho.
En general he aprendido mucho en la calle, afuera del libro, en la cháchara informal, escuchando a los que tienen algo interesante que decir. A K. le venían en tromba, aunque no renuncio a pensar que se dopaba con sustancias prohibidas. En eso de prohibir los tiempos se están radicalizando. Nos prohíben tantas cosas que se acaba descreyendo de la autoridad del que prohíbe. Platón, y no el que yo estudiaba en libros de texto académicos, obligatorios, sino el verdadero, sería hoy un catedrático de alguna universidad. Impartía filosofía, tendría un par de libros en alguna editorial de relumbrón, quizá un muro de facebook con mil quinientos amigos y twitter por si reventaba por dentro, de asco y de cansancio puro, y necesitara contarlo al mundo. Por si acaso yo sigo aprendiendo a escuchar. Es más difícil entender lo que dicen los otros y sacar provecho de lo escuchado que contar uno lo propio. Las palabras, a mí al menos, me salen en turbamulta. A veces cuando me levanto un día de un hablador más sereno, me siento inexplicablemente otro. Igual ese otro es el yo que en verdad me representa. En ése al que suelo domeñar, del que desconfío y a quien escondo, está mi yo auténtico. Compraré mañana lunes un libro de Bucay en el Carrefour a ver si me aclaro. Me vale uno de Coelho. Lástima que no tenga imanes para poner frases bonitas en el panel blanco del frigorífico y verlas mientras preparo la cena. En el Carrefour seguro que tienen.


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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Fabuloso escrito. Admiro de hace tiempo el castellano hermoso que manejas. Hoy con lo de Bucay, al final, sacaste la carcajada. Odio serenamente el modelo de escritor de Bucay and co.

Gerardo Ramos Morales, lector

Ramón Besonías dijo...

A Platón se le pegó poco de su maestro Sócrates. Éste no escribió nada, ni lo pretendió; hablaba con la gente de las plazas atenienses sobre lo divino y lo humano y creía que es más fácil sacar una buena enseñanza de un pobre pescadero que de un político o un agente de bolsa. Menos mal que no escribió. De lo contrario, algún aprovechado se hubiera hecho de oro con su prosa y de paso hubiera transgiversado su discurso (véase Platón). En fin, paradojas filosóficas, paradojas de la vida.

Camus dijo en cierta ocasión que aprendió más de la vida a través del fútbol y sus caraderías de bar que durante toda su prolija carrera.

Buena semana, amigo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Gracias, Gerardo. Es usted un lector generoso. Y tiene que leer más para medir los comentarios... Aunque gracias, por supuesto. No sé si odiar, pero me repelen. No escriben: hacer recetas.

Buenmos tiempos para la lírica los griegos, Ramón.
Se aprende en la calle, dándose, cómplicemente. Hay sabiduría popular en gestos, en decires sencillos, pobres de letra noble, pero inmensos en hondura. Sin pompa.

Joselu dijo...

Añoro mis años en que conversaba con K. o Z. o M en algún pub tras unos cuantas cervezas sobre lo divino y lo humano. Reconozco que me colocaba de diversas maneras pero la conversación qué grata era entre cigarrillo y cigarrillo cuando se podía fumar en los bares. Salía Platón, Nietzsche, Schopenahauer... Era un tiempo ávido de filosofías, tal vez fuera la edad, la falta de compromisos todavía firmes con la familia... Lo cierto es que lo añoro. Mi blog es un sustitutivo de aquello cuando podía castigar el cuerpo y éramos menos puritanos y más libres. Esta época es tremendamente moralista y desde luego menos filosófica que otras que viví. Tengo pocos amigos reales pero con ellos es difícil hablar de algo que trascienda la realidad más real y horizontal. Por eso este mundo paralelo en los márgenes me atrae. Y bien por la caña a Bucay y Coelho. Esos son los filósofos de este tiempo. Así vamos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Somos piezas intercambiables. Echo en falta (y mucho) esa cháchara tabernaria, de pub a eso de la una de la madrugada, contento de elixires, rodeado de buena gente, gente de tu hilo, charlando sobre lo divino y sobre lo humano, escuchando blues del delta, mintiendo al reloj, al corazón... Estoy contigo en eso de que el blog palia en parte ese déficit. Cae un post sobre todo eso. Lo tengo en mente. Me está quemando. Gracias por el enjundioso (y afectuoso y honesto y hermoso, todo eso) comentario, Joselu.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.