23.1.10

"El atrio de los gentiles"







Malos tiempos para la lírica: lo cantaba con elegancia una banda irrepetible de los ochenta, Golpes Bajos. Estos tiempos son malos para muchas cosas: desfallece la economía, malvive, se arrastra por mercados extenuados. Tiempos oscuros de gente trápala que medra a golpe de engañifa, amparados en las sombras del sistema. Lo que ha dado el estertor del convulso siglo XX ha sido una novela de pícaros con un argumento zafio, burdo y chabacano. Tiempos (insisto) de descreimiento, de zozobra moral y de tedio politico en donde sobrevive el más pillo y cae el más honrado, donde la espiritualidad (sea religiosa o sea pagano) se comercia en trueque torpe para que salga triunfante la fama, pero las postrimerías del XX y estos albores del XXI son también luminosos: nunca antes hubo gente más preparada, nunca antes se exhibió el progreso de lo más acendradamente humano de manera más gloriosa, nunca antes el hombre fue dueño de su propio destino. Así que tenemos al Papa Ratzinger en mitad de este estallido de estímulos, intentado reconducir la varada nave de su empresa, buscando alianzas, hurgando en la naturaleza de los tiempos para ver qué se puede sacar en claro, qué traje le viene mejor a este emperador de las palabras de Dios en la tierra. Y hete aquí, oh fatum, oh gran oráculo, oh tristes y taciturnos espíritus de la Antigüedad, que la Red, ese pozo infame de venenos sin medida, ese atrio de gentiles, en voz del Santo Prelado, ha dado la respuestas anhelada: hete aquí que Dios es también wi-fi. Que el espacio narrativo de lo digital es el lugar por donde la fe puede alcanzar al descarriado, a quien se apartó del camino o a quien no lo ha hollado todavía.






Ese anunciar el Evangelio por Internet me parece un acierto: si Pepiño Blanco tiene un blog, no entiendo la razón por la que Rouco Varela no puede hacerse mandar uno o hacerlo él mismo. Aquello de que los caminos del Señor son inescrutables vale para estos tiempos y sus locos cacharros: vale que la Iglesia, siempre a rebufo de la sociedad y de las normas invisibles que la corrigen, enderezan, retuercen o estiran, se dedique ahora a buscar al feligrés en casa. Ya habrá tiempo de que abandone la banda ancha casera, se ponga el traje de calle y busque el templo más cercano. No sé si el apabullante contraste entre las redes sociales (twitter, facebook y toda esa inasequible bandada de nombrajos) y la vida real traerá algún disgusto teológico al nuevo feligrés. Si haber visto a Dios en el Mozilla o en el Explorer deja huella en el alma al modo en que la deja haberlo visto en la iglesia, a pie de altar, en su contexto idílico. Hablaba anoche, en un bar, feliz en la charla, sobre lo cristiano y sobre lo que no lo es, sobre la inacción de Dios en Haiti o sobre su debido silencio. Nos extraviábamos en lindezas metafísicas mi amigo J.C. y yo. Quedábamos en que lo hermoso es el lenguaje, que lo impregna todo y esclaviza el pensamiento. El esplendor de la amistad da para estas diatribas teológicas junto a una cerveza. Luego viene el Papa Ratzinger buscando parroquianos 2.0. Los nuevos catecismos estarán en blogs, en mensajes de texto. Seducir al distraído con sus armas. Es la catequesis digital.


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