29.12.08

21 gatos para un regalo de cumpleaños


Cannery Row es un libro que huele. Leído con mimo, como se deben leer las cosas, hasta forma una película nítida y fluída en el cerebro. Si hubiese sido una versión clásica la habría dirigido John Ford, por supuesto. Él le da a sus personajes hondura metafísica, aunque sean estibadores o sean obreros de una conservera sucia y pestilente. Si la dirección corriese a cargo de alguien actual, me pido a David Mamet, que convierte las historias sencillas en pura épica, pero tampoco tengo muy claro que deba ser llevada al cine ni que Mamet la conduzca. Con Ford no albergo dudas. De hecho, quien me regaló el libro hace pocos días, vía postal, me contó que había ya una versión filmada de la que no recuerdo dato alguno. Mejor así. Me quedo con la impresión fiable de las palabras, de los olores, de la historia de Doc, que tuvo al final su fiesta y de Lee Chong, con su Ford T y su ojo natural para los negocios y para la supervivencia. A ratos, Cannery Row (inevitablemente) me llevó a Bruce Springsteen, y escuchando algunas canciones de Bruce Springsteen, ayer, en mis paseos urbanos, quise ver las calles de Monterrey y oí los silbatos de los barcos que salen a faenar y cosas así. Eran sensaciones livianas, que se escapaban al poco de pensarse, ideas frágiles que desentumecían la rutina y conducían mis pasos (alegremente) como si me empujara una fuerza mística. Extraño, para ser Navidad y andar como loco comprando regalos en las calles de Lucena. Hay libros que no se dejan ni cuando los cierras. Permanece el placer como un fuego cuidado que ilumina otros libros y te permite abrazar, en cuanto te place, pasajes sueltos. A mí me sigue encantado, por encima de todos, el poema del capítulo 2, que me sobrecogió y me hizo leerlo (del tirón) tres veces, al menos. Steinbeck hace una lírica declaración de intenciones y cuenta que la virtud, la gracia, la pereza y el deleite desfilan con el amor por las avenidas de la naturaleza y se pregunta de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si luego debe sobrellevar una úlcera de estómago, una próstata enferma y gafas. El mundo está descarriado y lo conducen al desquicio ciegas bestias que no miran por dónde van ni cuidan el paraíso que han encontrado, pero Lee Chong envió a su abuelo a través del oceáno para que descansara en tierra de sus antepasados y galones de whisky del bueno corren por Cannery Row. Ah, por poner caras, he decidido que Doc sea Nick Nolte, versión talludita. Quizá alguien pueda llevarme alegremente la contraria.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo diría que nadie mejor que Nick Nolte para ponerle cara a Doc. Para mí es un libro muy especial, así que al verlo reeditado no dudé en enviártelo como regalo navideño. Sabía que lo apreciarías. Como ya te dije, Steinbeck es valor seguro.

He insito, debes ver la película cuando tengas ocasión. Aparte de ser muy estimable está maldita (sufrió unos terribles problemas de distribución y de rodaje), lo que le dota de un aura especial.

Bonita reseña, Emilio.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Bien por coincidir. Nick Nolte es un actor gigantesco. Me gustó ya en una serie antigua que se llamaba Hombre rico, hombre pobre. ¿Te acuerdas? Es, con gente como Tim Roth, John Malkovich o Willem Dafoe, gente que tenía que hacer cine: caras de cine, moldeables, susceptibles de hacer casi cualquier cosa. La cara sola hace cosas, pero no era ése el motivo del post, ni de la respuesta a tu comentario, amigo. En fin... El libro me ha gustado mucho. Lo despaché en dos tardes y dos noches. La última, la de Nochebuena, una vez ya agasajado de viandas y con la sangre bien alicatada de licores, bajo el flexo, hasta que ya el ojo, aunque bravo, murió en el empeño y caí... Buscaré via mula la cinta.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Nick Nolte. Bien. También Jeff Bridges. En plan tirado. Lo acabo de pensar, Álex.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.