30.6.08

El ministerio de los cláxons



Anoche las calles de Lucena hervían como si hubiesen tutelado un secreto durante cientos de años y el gol de Fernando Torres lo hubiera revelado. El pueblo nunca finge en estas festividades de los sentidos. Como el feligrés que no mira quién tiene a su vera en el banquillo de la iglesia, el futbolero, ese ser con conciencia gremial y absoluto desparpajo en sus vicios, se abraza con el primer correligionario de su entusiasmo. Eso hace el misterio del fútbol, que viene a ser como una especie de religión especulativa, integrada en la epidermis lúdica de una cultura y obligada a desmontar a base de cañonazos al área y paradones bajo los palos la miseria de una país. Cuando no es el lenguaje, que en ocasiones desmembra más que solapa, es el deporte o es la fanfarria entre lo místico y lo hueco de la Semana Santa, que expresa la deuda de una cultura con sus mitos primigenios, a los que no desea enfadar y con los que comparte la secreta esperanza de que el mundo va a ser mejor o quién sabe qué oscuridad de deseos latiendo bajo el capirote o en las abigarradas aceras. El fútbol, anoche, fue una epifanía absoluta que reventó las calles de mi pueblo y las avenidas de las grandes ciudades: fue el capítulo final de una fiesta aplazada en exceso y que al fin tenía representación teatral exacta. Porque el fútbol posee la magnífica capacidad de devolvernos a la infancia, que era un territorio sin derrotas ni victorias definitivas, sino abonado a la alegría sencilla y a los gestos diminutos de haber marcado un gol fenomenal o de haber hecho una palomita en el aire que recordarán nuestros amigos hasta que se mueran de puro viejos. Anoche Fernando Torres, el niño, escenificó el renglón final de una novela decimonónica que no hubiese desencantado a Víctor Hugo y en la que España, un país de masas enfervorecidas y rapsodas siempre dispuestos a glosar la coreografía de las risas y del sudor de la carne, se siente reflejada sin un ápice de rubor en sus abundantes siglos de Historia. La vida sigue, aunque no lo parezca. Hoy es Lunes y los autobuses se empetan de acartonados obreros que dirigen su cansancio místico a la fábrica o a la oficina o a la tienda de golosinas. Lo de anoche fue una golosina perfecta y el mundo sigue después girando. España no ganó en Viena a Alemania: se ganó a sí misma. Ésa es la batalla más necesaria y la que da luego más categoría a la fiesta.
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1 comentario:

E dijo...

Felicitaciones Hombre,
he visto todos los partidos de la copa desde aquí. La verdad que el nivel no fue bueno, salvo por el caso de España que mostró un buen fútbol y - como decís en tu nota - demostró que podía lograr lo que tantas veces se le pospuso. La verdad que me gusta más ver jugar a este equipo que a otros combinados españoles anteriores. Sobre todo me parece que este equipo demostró que hay que sacarse de encima esa mitología vacía de "la furia" y jugar bien al fútbol, cuidando la pelota, sin arriesgar los pases ni correr innecesariamente. Iniesta y Fábregas son muy talentosos jugadores, al igual que Villa, pero el equipo en su totalidad ha demostrado su jerarquía. Lo que no se entiende bien es que el técnico campeón se vaya a Turquía. eso si que la verdad es bastante extraño. Un saludo.

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