15.2.08

No es país para viejos: La balada del cowboy tarado




No es país para viejos es el mejor western del siglo XXI: uno crepuscular, muy tímidamente épico a pesar de explorar de forma clásica la vieja poética del Oeste americano y adjetivar el paisaje y darle rango de personaje con fuste que modela la trama. Este paisaje de carreteras infinitas, viento inclemente y polvo que se respira en cada fotograma crea una atmósfera asfixiante, cercana a la fatiga visual.
No es país para viejos es el mejor thriller del siglo XXI: uno alojada en el frágil territorio de la belleza. Hacía mucho tiempo que no había tanto mimo en las imágenes de un thriller. No hay que excederse en la consideración comercial del asesino en serie (un excepcional Javier Bardem, un antológico hijo de puta con una pistola de aire, un actor en estado de gracia, aunque reconozco que he estado más que harto de la invasión Bardem a la que la publicidad se ha entregado jubilosamente) porque a los hermanos Coen les importa escasamente los atributos perversos del tarado Anton Chigurh. Están empecinados en que el viejo sheriff que interpreta un lacónico y hasta adormilado Tommy Lee Jones sea el que soporte la densa imbricación de todas las partes activadas en la magistral historia. Es este viejo sheriff, este cansado funcionario de la ley y el orden, el que racionaliza la insensatez de la ambición humana y el que nos cuenta, en una muy peculiar manera, los mecanismos li¡terarios de la felicidad. Su inagotable verborrea acude siempre a las mismas anécdotas: gente extinguida o gente a punto de extinguirse, héroes anónimos que persiguen un sueño y que acaban siendo coceados por una vaca díscola cuando trataban de ordeñarla.
A los Coen les sobra el diálogo: podían haber facturado un film mudo. Tampoco precisan la música, que es levísima y apenas incide en el desarrollo de los acontecimientos. Les basta un portentoso sentido de la elocuencia de las imágenes que hacía tiempo que no sentía. Plásticamente, la película es una obra de arte. El fatalismo que impregna toda la cinta está confiado a esta sobresaliente forma de entender los encuadres, la fotografía, las riquísimas texturas del cielo de Texas y el musculoso nervio de la tierra, que cobra sus aranceles y termina exigiendo tributos muy altos.
No es país para viejos es un espectáculo desolador, no fácilmente digerible por todos los públicos. Vi en la sala gente que bostezaba o hablaba escandalosamente de sus historias domésticas mientras en la pantalla el mundo abría y cerraba la ceremonia preciosa de la vida y de la muerte. El difìcil punto de complicidad que exige el universo de los Coen y esta áspera y sobria historia de desorden y de locura, de devastación moral y de sólidos principios morales inexpugnables.
Y el azar es el que al final marca el destino de todos los personajes. El sheriff Bell se pregunta si llegar a viejo significa ver a Dios y notar su presencia. Y se responde que no: que la vejez le ha alcanzado y no ha encontrado ninguna divinidad que le clarifique los errores y le conduzca, ufano de sus años en la tierra, a tal vez un mundo mejor. Ese mundo no existe. Los Coen han firmado una película desesperanzadora, inevitablemente hermosa (porque el mal y el bien, al colisionar, coreografían un fascinante paisaje de luces que se pierden y que se abrazan, que se enfrentan y que se aman) y también una película marginal, ajena al funcionarial engranaje de las cosas típicamente hollywoodienses.
Para ser una película que habla sobre el infierno hay muchísima luz. Me recordó en muchos aspectos a Sed de mal. Ambas comparten una misma perversión visual, un exagerado acento noir mestizo. Difieren en el grado de explicación de la realidad que proponen: No es país para viejos desoye toda posible cálculo racional. Su espléndido (repito, espléndido) final es tal vez lo mejor del film, aunque ahí, cuando sucede y aparecen en negro los títulos de crédito, te quedes pegado a la butaca, masticando la violencia que te han inoculado sin que, en ningún momento, hayas percibido que se trata de un film violento. Ésa es la magia de esta cinta: su relativa facilidad para hacer un quiebro moral y venderte una historia de perdedores y de filósofos cuando tú creías que ibas a comprar un thriller de tiros y de psicópatas construídos a imagen y semejanza de cualquier serial killer de serie B.


5 comentarios:

Ramón Besonías dijo...

En primer lugar, agradecerte, Emilio, tu fidelidad a OjO de buey. Sé que no visitas y que co-disfrutas de nuestra cinefilia. Gracias.

Cierto que la película de los Coen es un western, un hondo western -en clave posmoderna- que de seguro bebe de fuentes de la cultura popular norteamericana más de lo que un europeo alcanza a ver. La figura del asesino-demonio que lanza monedas al viento, sirviendo el destino, está presente en iconografías musicales del blues originario.

Coincido en tu disfrute de la puesta en escena y la fotografía. Aunque mucho me temo que la elocuencia mordaz de los Coen les negará siempre la posibilidad de una película muda.

En fin, gran película. De esas que no importa degustar de nuevo dentro de unos años, cuando el poso amargo de su guión nos devuelva quizá la sensación de que sí, de que algo quizá merezca la pena en el ser humano.

Un placer compartir contigo, Emilio, el gusto de perderse por ese desierto texano. Más veces.

OjO de buey
http://elhilodepenelope.blogspot.com

Anónimo dijo...

Querido Emilio:
No sé si esta película me ha gustado más o menos que a ti. Pero te aseguro que me ha gustado muchísimo. Y no creo que sea un error de apreciación de alguien que acude al cine bastante menos de lo que debiera. Estoy muy de acuerdo con casi todo lo que dices. Pero me gustaría incidir en dos puntos, que ya habrá lugar de escribir largo y tendido (lo merece).
Me gustaría enfatizar la calidad de Bardem. No creo que se pueda hacer mejor. Él se come entera la película: cuando aparece en escena, no puede haber ojos para otra cosa, cuando no aparece, estás pensando (y deseando) que va a aparecer. Es capaz de crear una tensión casi insoportable en cada segundo de cada uno de sus planos. Genial.
En segundo lugar, no deja de ser curioso que en este desesperanzado mundo, de gente bastante hastiada, de ambición mortal, de paisajes tan áridos como la vida, haya un hombre que mantiene su fidelidad a sus principios, cualesquiera que sean éstos. Ése que sostiene que la moneda es la que decide, que somos juguetes del azar, y que es capaz de tomarse la molestia de buscar y asesinar a una inocente sólo porque "se lo había prometido a su marido".
Un abrazo.
maljamo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Ojo de buey, tal vez no haga falta esperar años para degustarla de nuevo. Cuando salga en DVD haremos acopio de esfuerzo (ninguno, en realidad) y nos daremos otra sesión de texas y fatalismo, como dice un amigo mío. Saludos.

Mi amigo Maljamo ha vuelto; ha tenido la culpa Bardem, que es un tarado de puta madre, ¿verdad, Raincheck?... A la peli sólo le hace falta una balada country de The Man en los créditos... Seguro que queda muy bien. De nuevo, mi amigo Maljamo ha regresado y entonces todos lo celebramos con el debido riego de lúpulo, malta, cebada y cháchara...

Anónimo dijo...

Bardem apabulla. Sólo por Bardem merece la pena el rato. Un monstruo.

Anónimo dijo...

No es la obra maestra de los hermanos Coen que a mi modo de ver es Fargo o es Barton fink, pero exhibe la musculatura del mejor cine americano clásico sólo que puesto al día. Tendrá o tiene sus detractores y su final como dices es lo mejor, pero sé de gente que salió del cine completamente desubicada, fuera de juego, sin saber bien qué había visto. No sé si es un western crepuscular como tu dices, no entiendo lo que tú, pero es una pelicula con muchos géneros entrelazados y puede que los paisajes áridos y los personajes secos obliguen a pensar en el western. En todo caso, una crítica estupenda y una película antológica.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.