24.1.07

LEMMING : Comedia gansa




Mi incultura en materia zoológica no reparó en que los lemmings son un roedores que habitan en las tundras árticas. Tampoco que llevan a su pequeña espalda la leyenda de que se suicidaban en masa. Lemming, la película que toma como título el nombre de este animal, del que oímos que está en una tubería, es una comedia con ribetes dramáticos ( cuál no lo es ) o un drama con tintes cómicos. El lemming invasor es la metáfora de la compleja red de relaciones que mantiene un matrimonio estable y normal que asiste, entre el estupor y la indignación, a las refriegas de otra pareja, sus jefes, que se autoinvitan a una cena.
El planteamiento, en el cine francés, no es novedoso: se trata de la interrupción de un modo de vida y la tenue aunque dolorosa evidencia de que otro modo, menos agradable, necesariamente más acre y hostil, anida en cualquier rincón, agazapado, como a la espera de ocupar el espacio en el que antes, ni por asomo, se imaginaba estar.





La teatralidad está muy forzada, muy a la francesa, coligiendo que vamos a asistir a la pompa del declive de una burguesía desasosegada, proclive siempre a una tensión que, en ocasiones, genera una violencia enorme. El guión se desajusta de los tópicos cuando abraza, sin rubor, la fantasía, la imaginación espoleada por ese lemming fantasma que ha venido de la tundra y que se ha instalado en las conversaciones, en los postres, en toda la maquinaria bizarra de este artefacto de cruda digestión, pero interesante y valioso para apuntalar la idea de que el cine europeo es estupendo y que puede alejarse de las facturas americanas, sin renunciar a un brioso espectáculo cinematográfico. Hay en algunas escenas verdadera acción: más acción que en muchos mamporros del inasible Van Damme. Moll, este director alemán del que conocíamos Harry, un amigo que os quiere, no es Claude Chabrol. Tampoco el ahora relevante Haneke. Moll es el lemming oculto en la cañería: acecha en el alambicado mundo de los tubos que comparten con nosotros una casa y escupe ( el verbo está ácida y meditadamente pensado ) una comedia gansa, deslumbrante a veces, arquetípica en su resolución, desconcertante en todo el largo metraje que nos ofrece.




La negritud de la trama, el acendrado thriller que va por debajo y la pesadilla metafísica que suspende toda la acción en una idea rocambolesca de sueño o de ficción se convierte en una autoindulgente propuesta de estilo, nunca cándida, que va adoptando a medida que crece un retorcimiento cada vez mayor, una escabrosa superposición de capas bajo las cuales anida, inalterable, la semilla de la enfermedad que está destruyendo la civilizada tradición de la familia europea. Cenas enrarecidas como ésta hubiesen dado en un Woody Allen en estado de gracia una comedia igual de gansa, pero aditamentada con un humor igual de corrosivo, pero más accesible. Todo queda, en demérito de esta muy decente obra de Moll, en un artificio vacuo, en una impostada locura entre lo onírico y lo real, a caballo de la fábula y el ensayo social a lo burro.

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