15.1.07

DULCE EMMA, QUERIDA BOBE : Los escombros del comunismo









De entrada, un aviso. Dulce Emma, querida Bobe no es cine con mayúsculas como lo pueda ser Las uvas de la ira o Psicosis o Casablanca o El árbol de la vida. No es cine que haya marcada a una generación y que luego haya marcado a otra. Y lo que venga. No es cine manifiestamente popular del que podamos oir hablar en una mesa de un bar o en la tertulia improvisada en la cola de un cine, pero es cine con mayúsculas y merece que la sentimentalidad de esta prosa vocacional y apasionada se entregue durante un rato y el amable lector ajeno al título pueda bucear en filmotecas públicas o en archivos privados para visionarla. No se arrepentirá lo más mínimo.
Quien la conozca ( yo la vi en un pase de la gloriosa 2 de TVE y ahora la he repescado en formato digital ), igual vuelve a su encanto crudo, pero necesario. Las astillas del régimen socialista flotan sobre la piscina y agujerean la balsa en la que tratan de sobrevivir los profesores de un colegio. La línea de flotacíón hace aguas y cada futuro naúfrago cacarea lo que sabe para reivindicar su porción de salvavidas.
A Emma, aparte de la revolución social, le preocupa el sindicalismo sexual y deambula los pasillos de la escuela pública de Budapest en la que trabaja lampando por cepillarse al director: un tipo cobarde, huidizo, varado entre la fidelidad conyugal y el clandestino vicio de pecar fuera de programa. Es una mujer fácil, que pretende superar una crisis personal rodeada de una crisis estatal, económica, política. en sueños, Emma cae como por un largo terraplén, desnuda, con el rostro contraido y la boca hecha un torcido, feo gesto. Bobe tiene un talante occidental, materialista, y vive su odisea particular de escalafonar y aplicar el carpe diem latino a su libreta de ahorros y a su solazo vaginal: se hace, pues, puta, y termina tirándose, al final, desde un tercer piso quizá porque no supo responder a la estricta observancia del reglamento clasista del comunismo atrincherado de su gobierno.
Szabo es un director húngaro ( Budapest, 1938 ) plenamente occidentalizado, pero sabe recuperar las lecturas adolescentes y escribir un film ajeno a los mecanismo narrativos del cine europeo o americano que ha degustado en su occidentalización. No hay correlato fílmico entre este Dulce emma, querida Bobe y otros films suyos como la conocida Cita con Venus ( Glenn Close ) o Hanussen ( con su compatriota y amigo Klaus Maria Brandauer, que recordamos en Memorias de África muy especialmente ). Szabo cela con mimo su cultura socialista, el legado de la escuela rusa plasmado en planos fijos, cortos, en la austeridad del atrezzo y, sobre todo, en cierto reconstitutivo afecto por lo verbal sobre lo icónico.
Un anuncio de la época en que fue estrenada apuntaba la idea de que la película era el Thelma y Louis del bloque del Este. Es falso. No hay nada de eso. La película de Ridley Scott mueve al público a identificarse gloriosamente con las mujeres fugadas, que buscan en su particular escape un asidero emocional a su zarandeada vida. El país en el que viven va bien, razonablemente bien, claro. Hungría no es los Estados Unidos de América.
Tampoco Dulce Emma, querida Bobe es una película, como aquélla, feminista o levemente escorada a un feminismo practicante: es una crónica sentimental de la disgregación de un modo de vida y cómo esa fragmentación acabó por destrozar montones de vidas que no supieron ( o no se esforzaron ) en abrazar la nueva militancia capitalista, moderna, pop.
El mérito de Szabo ( enorme ) es que hace una película de consumo interno que es nítidamente entendida en el exterior: más en Europa que en el Hollywood efervescente y edulcorado que no ve más allá de su propio jardín. Los ribetes occidentalistas del film ( las plazas atestadas de turistas, el pase de mujeres desnudas para una película arabista, el talente liberal y cosmopolita de la tolerante Bobe ) articulan una ventana por la que mirar para entender que la realidad política de los países del Este no es obra del azar, sino que en esa trama complejísima también ejercen su papel valores y conductas del Oeste: de la feria de las vanidades en que hemos convertido, para bien, para mal, este lado de la Historia. Veinte años después ( o casi ) la lectura del film es idéntica que cuando los primeros noventa bostezaban ese despertar de los países del Este a la democracia y al estilo de vida europeo moderno, pero ahora sabemos más y entendemos que el viaje mereció la pena.

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